lunes, 18 de octubre de 2010

Juegos De Pequeña

No se sentía el habitual frio, apenas una suave brisa bailaba en la noche, el aire olía a una mezcla de olores de distintas casas, comida no hace mucho recalentada, un ligero regusto de un perfume caro aunque pesado, combustible quemado de un acelerón probablemente intencionado, todo un conjunto que acompañaba al denso y pegajoso calor que durante todo el día había reinado.

Eran como pequeños destellos desdibujados, diminutas luces arrastradas por la goma de borrar de un niño, diferentes colores inundando el oscuro cielo sobre esa azotea entre pisos y ventanales y sobre el resto de la gente, por encima de todas esas personas que a esas horas ya se encontrarían rendidas al sueño. Era un juego que no recordaba como empezó, divertida y sin ser consciente de la sonrisa en sus labios, fruncía el ceño todo lo posible, cerrando sus ojos casi al límite de las sombras, contemplando así una realidad distorsionada, pero mucho más hermosa.

Había olvidado la última vez que dejó la mente en blanco y la sensación de paz que la embargaba cuando eso pasaba, era como flotar sobre el agua, como cuando finges estar muerto y te abandonas en la tenue corriente. Una risa espontanea la despertó de la nada, giró la cabeza en busca de su dueño pero este fue más rápido atrapándola por detrás y rodeando su cintura con sus firmes brazos.

No dijo nada, tan solo acarició con su nariz la delicada piel al descubierto de su cuello, deleitándose con su fino aroma y la extrema suavidad de su tacto. Ella se estremeció por la repentina sensación, un hormigueo secreto provocado por la cercanía que ambos compartían. Era uno de esos momentos en los que no son necesarias las palabras, una proximidad personal, un par de manos entrelazadas, dedos perdiéndose entre sí y miradas de reojo complices.